domingo, 29 de noviembre de 2009

Vida discontinua...


Lleva la camisa desabrochada, sucia. Deshaciéndose, con el pitillo aferrado entre índice y pulgar. Goteando nata amarillenta. Muriéndose por un café. Abstraído y en silencio. Es tu padre, que sigue al volante. Respira como lo haría una aguja de cuentakilómetros. El pitillo se le apaga. Lo enciende de nuevo con el mechero del coche. Entonces cierras los ojos. Y los pensamientos se te llenan de reacciones encontradas. Anochece. El mundo entero sólo parece contener rigidez y frialdad. Decide mirar por la ventanilla, en dirección a las cuatro nubes que cruzan de puntillas el cielo, con la intención de distraerte lo suficiente como para dejar de invocar, de una vez, más fantasmas. A la luz temblorosa de los faros se ven señales torcidas. Se suceden los kilómetros. Lo ves. Es Él. Disfrazado de árbol. Vive pegado a la carretera. Paree enfadado. Súbitamente echas un vistazo al retrovisor y tropiezas con los ojos de tu padre, sonriéndote y te dice "Duérmete aún queda mucho por llegar". Después no hay nada. Nada. Salvo confusión e incertidumbre

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